Simbiosis
Cuando me percaté de su presencia, ya estaba llorando. Tenía el pelo rojo, rizado, alborotado. Sus ojos estaban tan hinchados que no se le veían las pestañas, que, a juzgar por la cantidad de rimel que tenía en los cachetes, eran enormes. La nariz, inflada como globo de helio. De las orejas le colgaban unos enormes aretes. ¿Guacamayas? Y un collar de frutas tropicales de plástico que no le hacía honor al buen gusto. Su pronunciado escote le quitaba a la imaginación el trabajo de adivinar unos senos grandes, como de embarazada y su falda parecía la túnica multicolor de José el Soñador, pero estampada con flores. La cantidad de pulseras que rodeaban sus rollizos brazos era sorprendente. A lo lejos, parecía que eran pesadas y ruidosas, además de coloridas. Las uñas de los dedos de manos y pies estaban retocadas con colores distintos cada una, haciendo distinciones sutiles entre el magenta y el carmín, que le correspondían al meñique y al pulgar, respectivamente. Las piernas estaban bronceadas a más no poder, brillantes, aún en la noche y tímidas, como queriendo ocultarse bajo la falda, sabiendo que todo transeúnte volteaba a ver a su dueña que era tan discordante como un pedazo de carnaval de Río de Janeiro perdido en la Varsovia estalinista. Su rostro cubría una amplia gama de sentimientos: llanto desconsolado, puchero resignado, tranquilidad ansiosa. De repente, parecía acordarse de la causa de la tragedia y comenzaba otra vez con el llanto desconsolado y así sucesivamente. Y bueno, qué le va uno a hacer. Me acerqué por curiosidad, pero también por solidaridad a preguntarle qué le ocurría a Fantasía (como me enteré, posteriormente, que se llamaba). Entre sollozos, suspiros y aullidos intolerables fue capaz de contarme que su novia la había abandonado, amenazando con que sería la ruptura definitiva. La flacucha que aparecía en la foto que Fantasía abrazaba con sus dedos redondos y que salaba con los borbotones de lágrimas que salían como chisguetes de sus ojos, había argumentado que Fantasía ya le había “encendido la cachimba” por su falta de compromiso, con su alegría desparpajada, con su despreocupación. Que ya no aguantaba su dispersión de pensamiento, su falta de responsabilidad, su optimismo exagerado. Yo veía la foto y no entendía la tragedia. Pálida, güerilla, sin chiste, demasiado flaca, esquiva, cansada. ¿Pero por qué tanto alboroto? “¡Porque no puedo vivir sin ella! ¡No puedo estar sola! ¡Necesito a Realidad!” La abracé en un vano intento por tranquilizarla. Se empolló en mí, humedeciendo mi hombro de la manera más incómoda. “No te preocupes, Fantasía, que ella volverá cuando se de cuenta de que no puede comprometerse sin ti, planear sin ti, de que está vacía sin ti, de que no puede vivir sin ti. Te debe su existencia y tú a ella. Tranquila, de verdad, te lo digo por experiencia”…
Una sombra larga apareció en la pared. Era la tal Realidad.
5 Comments:
Ya entendí para que buscabas el nombre de las bailarinas de sambódromo.
¿Por qué le viste a Realidad cara de WASP?
Lo padre es que hayas visto a Ficción como una mujer rolliza (rolliSa? no sé, se ve feo), jacarandosa, plena. Hasta me dio gustito parecerme a ella - salvo que mis pestañas no son enormes.
Kisses!
Sí Sof, justo me inspiré en tí, ya ves por lo de rolliza y por atentar contra el buen gusto, pero SOBRE TODO, por tu collar de vegetales de plástico... No sea tehtah!Eeeeen fin, tuve que cambiarle el nombre a la nutrida ahora llamada Fantasía...
Hace tiempo me visitó el Amor a media noche y también estaba llorando pero la verdad es que ni lo pelé mucho. Me siento re-mal. Con razón me tiene abandonada el mendigo desde hace tiempo.
Me fascina tu descriptiva.
hmmm - después de releerlo varias veces me caen veintes. que mundo más atormentado el de los buenos escritores.
Yo creo que la Realidad Y la Fantasía son lugares comunes. Es imposible escindirlas, es imposible imaginárselas aisladas, la Realidad finalmente provoca un enamoramiento incomprensible y la Fantasía sufre en un llanto inconsolable. La Realidad es la mezcla de la cotidianidad, lo determinado y los sueños, que cambian cosas o las vuelven tolerables. Pensarlas separadas es el lugar común
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