Extrañando emociones

Hace meses que no lloro. Hoy en la mañana descubrí que mis ojos parecían extrañamente grandes, como si hace varios días no amanecieran hinchados. Y entonces caí en la cuenta de que seguramente están en huelga. Una huelga malintencionada. Una huelga que pide más llantos por mes, menos vacaciones emocionales, más atención. Eso ha de ser, seguramente se están amotinando esas lágrimas cabronas para regresar cuando piense haberlas ya olvidado. Seguramente están ahí esperando que la autoestima vuelva a escurrirse entre las piernas para fluir ellas también. ¿Será eso? ¿Estaré presenciando el amotinamiento de las emociones o más bien su inminente abandono? ¿Puede ser, acaso, que mi corazón aprensivo por fin se curó con el madrazo que acabara de romperlo? Puede ser eso también. Claro, es eso. Ya no soy capaz de sentir. Mi corazón no tiene tiempo para banalidades mientras lucha porque las pequeñas piezas que lo conforman sigan formando una unidad que haga fluir la sangre. De haber sabido que un corazón roto es incapaz de aferrarse a seres inventados y presencias transitorias; de haber sabido que un corazón aprensivo y despedazado no encuentra la fuerza para unir sus diminutas partes y sentir una tristeza generosa; de haber sabido que era eso lo que curaba a los corazones aprensivos, hubiera recomendado a todo el mundo que ofreciera sus corazones como blancos de un campo de tiro al blanco o como costales en los entrenamientos de jóvenes y enérgicos pugilistas, hubiera recomendado, incluso, que los acostaran en la calle para que fueran atropellados. De haberlo sabido, hubiera agradecido al imbécil que tuvo a bien destrozarlo... ahora lo hago.