Pensamientos callejeros
Ayer iba yo saliendo de terapia, en esos estados de ánimo serenos, en los que observas al mundo de otra forma y te sabe diferente. Cuando no tienes prisa, ni preocupaciones, o tienes tantas que el cerebro se queda congelado, esperando... Y en el semáforo de Altavista y Periférico un chavo me ofrece limpiar mi vidrio. Me gusta que pregunten. Siempre que preguntan les digo que sí, que lo limpien. Echó jabón y limpió, volvió a echar jabón y a limpiar, volvió a echar jabón y a limpiar y volvió a echar jabón y a medio limpiar porque los automovilistas que esperaban atrás de mi coche no andaban tan zen como yo, al parecer. Muerto de risa penosa decía "discúlpeme señorita"... yo también me moría de la risa. Quedó una mancha horrible, terrible y me quedé pensando que desde adentro del coche se veía perfecto desde la primera vez. ¿Habrá ejemplo más obvio de que obsesionarte con pequeñeces sólo conduce a dejar de ver la imagen completa? Luego, unos metros más adelante, la mancha "terrible" había desaparecido ya. Parece que es cierto... todo lo terrible deja de serlo con el tiempo...