Monday, August 29, 2005

Mis extraños


Dice mi mamá que soy curiosa desde que nací. Según ella, nací y empecé a voltear para todos lados, como queriendo entender qué pasaba, sin miedo, más bien interesada en tanta luz y tanto ruido. Jura que ya fijaba la mirada, que veía al doctor y al quirófano y a las enfermeras y, tal vez, a mi mamá, mientras ella, a la distancia, hacía lo posible para asegurarse de que viniera con diez deditos y demás detallitos.
Me la paso observando a los extraños. Me gusta imaginarme sus vidas, extrañas, que no me dejan nada, más que un vacío extraño. Los observo mientras manejan, mientras estudian, mientras cruzan la calle, mientras viajan en transporte público, mientras gobiernan, mientras son gobernados. Me gusta imaginarme historias de amor, de infidelidad, de felicidad, de voluntad detrás de esos rostros enrarecidos de tanto mirarlos. Odio las historias de pobreza, de violencia, de tristeza, de frustración, pero mi imaginación se encarga de incluirlas, en honor a la realidad. Me fascina penetrar la intimidad con mi fantasía. ¿Qué sentirán? ¿Cómo estructurarán sus percepciones de vida? ¿Me estarán viendo a mí? ¿Qué se imaginarán ellos? ¿Cuántas gelatinas tendrá que vender para sacar lo invertido? Me convenzo de realidades distintas, de sentimientos diversos, de múltiples historias con coloridos detalles. Me asfixio de vida ajena. Hasta que un día la hago mía.
Una señora estaba esperando en el veterinario. Cuarentona, ¿soltera?, ¿investigadora?, ¿divorciada?... llorando. De pelo rojo chillante hasta los hombros, de ojos rojos, grandes, que parecían preparar la huida del cuerpo. Delgada, forrada en pants azules, como de gamuza. Aparece, de repente, Bernardo para decirle que lo siente mucho. Ella explota en llanto, mientras nosotros esperábamos con una cachorrita que había tenido un accidente unos días antes y que había tomado la decisión de vivir desde antes de que la encontráramos. Era un llanto desesperado, como encabronado, solo, triste. Y me contagié, como siempre me contagio cuando alguien llora. Comencé a hacerle coro a los gemidos de la mujer. Lloré y lloré y fui a abrazarla. Lloramos juntas por un rato, hasta que adquirió conciencia de mi espalda extraña, de que yo había venido a honrar la vida, de que yo no lloraba por el perro que la había acompañado por doce años, sino por empatía. De repente se incorporó, me agradeció y dejó de llorar. Pocos minutos más tarde entró una amiga suya y lloraron juntas, abrazadas. Yo seguí llorando, desde mi lugar, queriendo devolverle su tristeza, que ella ahora podía sentir abrazada. Le quise devolver su luto, su llanto, sus lágrimas, sus abrazos. Le quise decir que yo cargo con mi propia cruz, que me abrazara otra vez para que lloráramos juntas, que no era justo, que su historia no era mía, que el abrazo me había robado la distancia, que yo no quería eso. Pero ella había regresado ya a su mundo, abrazada por su amiga, llorándole a su perro. Era, otra vez, una extraña.

3 Comments:

Blogger Amenazza said...

Increíble. Me pasa lo mismo. Siempre ando pensando en eso de las "realidades distintas", tanto que a veces me abruma (pero no lloro, jeje, me aguanto).
Es uno de los motivos por los que ya no quiero vivir en esta ciudad. Detesto ese sentimiento de impotencia.

Mon Aug 29, 06:07:00 PM  
Blogger S said...

Los genios son los que más sufren - por genios, por sensibles a las reaidades ajenas, .... yo sé que a tí, Najai, no te gusta ser más inteligente que otra cosa - pero justo por eso sufres, porque eres más inteligente que los demás, y piensas que ellos piensan tu historia como tú te imaginas la de ellos - llena de detalles y con profunda empatía.

Sufi

Mon Aug 29, 08:48:00 PM  
Blogger Yo said...

Sof... si quieres ruborizarme y hacerme querer crawl bajo lo (el)primero que se me ponga enfrente, lo lograste.... still, ik liebe dik! Danke y du mich auch... ji ji

Mon Aug 29, 09:34:00 PM  

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