¿Por fin más tranquila?

Hoy leí unas palabras que se me tatuaron en el cráneo. Palabras que originalmente vivían en el corazón y pronto encontraron algún pretexto para esconderse en las vísceras. Ahí estuvieron algunos meses, esperando ser digeridas, esperando dejar de arder. Las caricias las evocaban, támbién lo hacía el llanto, pero ni el flujo vaginal, ni las lágrimas les ofrecían escapatoria. Aprendí a evitarlas, a esquivar sus hirientes muestras de presencia. Aprendí a leerlas y releerlas fingiendo indiferencia. Aprendí a desmenuzarlas para privarlas de significado.

Y hoy las encontré por ahí, perdidas en el espacio, buscando dónde ponerse cómodas. Mis ojos querían dejarlas pasar, pero no encontraron la fuerza para dirigirse a otro lado. Y al leerlas, las sentí en el cráneo, como punzadas buscando desnucarme, como agujas queriendo herirme. Y lloré para evacuarlas y me reí para asustarlas y comí para digerirlas y me di cuenta de que, otra vez, habían llegado para quedarse.