Etapas
Hace algunas semanas que no siento fuego en el estómago, ni alfileres en los ojos, ni ninguna otra de las intensidades a las que mi cuerpo y mi corazón me tienen acostumbradas. Hace mucho, entonces, que no siento urgencia por escribir y desahogar las ganas de dejar de sentir que un cuerpo enardecido provocaban. Eso no quiere decir, creo, que haya dejado de sentir, ni de ser intensa y exagerada, ni tirada al drama, ni nada de eso. Sigo sintiendo fuertes dolores de cabeza, cada vez que me estreso. Sigo sintiendo mucha tristeza cada vez que pienso en él y en por qué se fue antes de que pudiera abrazarlo una última vez o darle un último beso o decirle como conclusión que lo quiero mucho y que lo admiro aún más. Sigo recogiendo gatos y perros de la calle con los que me encariño y que fueron recogidos porque ellos, de entre los cientos que hay en la calle, lograron impactarme y preocuparme y conmocionarme. Sigo llena de angustia por la incertidumbre y sigue siendo la pasión la única que puede despertarme todos los días. Y así, a pesar de tanto sentimiento, me siento privada de sensaciones, antes tan confundiadas con los sentimientos y hasta con las emociones mismas.
Hoy Salvador me contó la historia del Barón de Munchhausen, que, a punto de ahogarse en el pantano, sacó su mano derecha del lodo, agarró su cola de caballo y se jaló lentamente hasta salvarse él mismo. ¿Será más bien esa la razón por la que me duele tanto la cabeza? Esperemos que sí...