Opuestos
El 18 fue un día perfecto. El 19 fue su opuesto exacto. Poco a poco todos los factores se fueron uniendo para que, al llegar a mi casa a las dos de la mañana, no me quedaran más que ganas de llorar y hacerlo. La cabeza no dejaba de darme vueltas constatando una y otra vez que no, que no me lo merezco, que no quiero ya estar cerca de gente que no está dispuesta a dar nada ni remotamente cercano a lo que yo ofrezco.
¿Cuál es la solución? ¿Alejarme de todo aquel que no me demuestra su cariño como lo demuestro yo? ¿Reclamar su falta de tacto, sensibilidad, cariño o atención? ¿Resignarme y seguir dando como si la vida se me fuera en ello? ¿Creerle a Iván cuando dice que no es falta de cariño, ni maldad, sino que la mayor parte de la gente es más egoísta de lo que uno pudiera esperar? ¿Creerle al Gordo y dejar de esperar? Pero y si no, ¿y si no quiero vivir en un mundo en el que la gente no quiere como yo? ¿si no quiero aceptar medias tintas? ¿tengo que estar sola?
Hoy la solución momentánea fue abrazar a todos mis perros, uno por uno, y abrazar a Iván. Pero el corazón se me quedó con un hueco y mi cabeza se niega a parar. Estuvo tantas horas atolondrada, incrédula de lo que desfilaba frente a ella, que ahora tiene que recuperar el tiempo perdido en ver el comportamiento de quienes no se toman nunca la molestia de escucharla. Literalmente me duele el corazón. Espero que mañana sea un día mejor y pido al universo una disculpa sentida por aquello que haya hecho que me hace merecerme esta sensación... y este sentimiento...