14 de febrero
Normalmente no creo en San Valentín. De hecho, ni me va ni me viene. Es como cualquier otro día, excepto que noto una cantidad aún mayor de cursilerías en el ambiente de las que hay normalmente. Pero hoy fue diferente.
Empezando el día con que un burócrata vivaracho entró al banco por ahí de las once de la mañana y, antes de cualquier otra cosa, le deseó un feliz "día del amor" a su cajero, provocando una sonrisa franca en todos los presentes. Algo en su apariencia, en su forma de hablar, hacía tan cómico e inapropiado su saludo, que daba ternura.
Y el día terminó en Superama Luis Cabrera, por ahí de las nueve y media de la noche. Mientras escogíamos unas manzanas entraron derrapándose cuatro niños embarrados de aceite para coche en cuanto rincón hubiera de ropa o piel sobre su ser. Primero se comieron una a una las fresas de degustación. Uno más rápido que el otro, pero siempre teniendo cuidado de que el más chiquito, que no alcanzaba el platón, estuviera bien provisto. Luego unas naranjas y luego francamente se dedicaron a atascar sus bolsillos con cuanto consumible hubiera a la mano. A esas alturas nos acercamos a ellos y para evitar que siguieran irrumpiendo la ley, les dimos a escoger a cada quien una cosa. No sabían qué agarrar, por lo que escogieron las cajas más grandes que hubiera en los anaqueles a su altura y las complementaron con un "agua" (Powerade) del color más brillante que hubiera. Estaban felices. Y me los imaginé todo el día parados en el alto, tratando de reunir lo suficiente para salir al paso y me dio ternura la terquedad con la que querían unos globos (que creo que terminaron robándose). Y me hizo el día verlos abrazarse y compartir y ser felices.
Empezando el día con que un burócrata vivaracho entró al banco por ahí de las once de la mañana y, antes de cualquier otra cosa, le deseó un feliz "día del amor" a su cajero, provocando una sonrisa franca en todos los presentes. Algo en su apariencia, en su forma de hablar, hacía tan cómico e inapropiado su saludo, que daba ternura.
Y el día terminó en Superama Luis Cabrera, por ahí de las nueve y media de la noche. Mientras escogíamos unas manzanas entraron derrapándose cuatro niños embarrados de aceite para coche en cuanto rincón hubiera de ropa o piel sobre su ser. Primero se comieron una a una las fresas de degustación. Uno más rápido que el otro, pero siempre teniendo cuidado de que el más chiquito, que no alcanzaba el platón, estuviera bien provisto. Luego unas naranjas y luego francamente se dedicaron a atascar sus bolsillos con cuanto consumible hubiera a la mano. A esas alturas nos acercamos a ellos y para evitar que siguieran irrumpiendo la ley, les dimos a escoger a cada quien una cosa. No sabían qué agarrar, por lo que escogieron las cajas más grandes que hubiera en los anaqueles a su altura y las complementaron con un "agua" (Powerade) del color más brillante que hubiera. Estaban felices. Y me los imaginé todo el día parados en el alto, tratando de reunir lo suficiente para salir al paso y me dio ternura la terquedad con la que querían unos globos (que creo que terminaron robándose). Y me hizo el día verlos abrazarse y compartir y ser felices.