Desalojo
Ayer me senté a explicarles a los demonios por qué ya no pueden vivir conmigo. Por qué cada vez que regresan hacen que me sienta débil, desprotegida y triste. Por qué ya no deben llegar a abrir las heridas, que cada vez se tardan más en sanar. Controlando las lágrimas con las que se alimentan, les dije que no tenían derecho a invadirme con esa soberbia tan suya, con esa indiferencia tan hiriente y esa persistencia tan incombatible. Les dije que sus mordidas me carcomían el alma, que no soy lo suficientemente fuerte para soportar que se alimenten de mí y de mi historia y para que se reproduzcan en mi cabeza. Les dije que no podían despertarse con juicios irresponsables, ni palabras que la imaginación compone. Les explique que su existencia es mi perdición. Parecían comprensivos, como aceptando mi decisión. Algunos renegaban y me volteaban los ojos como dándome a entender que no les importaba lo que tuviera que decirles.
"Jaina, ya no mires hacia el pasado", me interrumpió Salvador. Le contesté con una sonrisa chueca, como esas que hago cuando no estoy convencida de poder lograrlo.